Otra Ruta Alternativa
El pasado sábado, día 22 de junio,
tuvimos entre nosotros un grupo de amigos segovianos que querían aprovechar su
visita a nuestra ciudad, con motivo de las Edades del Hombre, para completar el
recorrido turístico oficial de la Exposición con otra visión más libre y directa
de nuestro entorno monumental y urbano. Desde otros pueblos y ciudades nos
están llegando peticiones semejantes, pues consideran que pasar un día en
Arévalo da para más que el recorrido fijado para la Exposición. Como su visita
concertada era por la tarde, nosotros les propusimos realizar un recorrido
matutino complementario del que ellos iban a realizar después. Un pequeño grupo
de miembros de “La Alhóndiga” nos
ofrecimos voluntarios para guiarles en el recorrido.
Comenzamos a las diez de la
mañana por la ermita de La Lugareja. En un principio sólo
pensábamos en contemplar desde el exterior su egregia silueta mudéjar
presidiendo desde hace siglos el pequeño valle formado por un arroyo que
desemboca en el río Arevalillo. Tras
las explicaciones históricas oportunas del origen del monasterio de canónigos
regulares, allá por el año 1179, y de los restos que nos han quedado del
antiguo conjunto monacal, surge el espinoso asunto de ser este monumento
público una “propiedad privada” y que sólo se puede visitar en horario
vespertino los miércoles. Salen a relucir algunos nombres de los actuales
dueños de la finca y la casualidad o el milagro hizo que una de nuestras amigas
segovianas declarara ser, a su vez, amiga de uno de los propietarios. Una simple
comunicación por el móvil nos ofrecía, para dos horas más tarde, la posibilidad
de ver su interior, algo que todos aceptamos, aunque tuviéramos que regresar de
nuevo.
Volvimos al punto de apeadero de
autocares y desde allí reiniciamos la ruta que nos habíamos propuesto. En el
mismo lugar del aparcamiento, junto a la gran explanada inaugurada
recientemente, comentamos que los solares adyacentes y los restos de antiguas
edificaciones pertenecieron a un complejo conventual, donde cobró gran interés el
convento de San Francisco, donde fueron enterrados inicialmente la
abuela de la reina Isabel y el joven rey Alfonso. Seguimos adelante y, frente a
la estatua de Fray Juan Gil, tenemos la ocasión de hablar del fraile trinitario
del convento arevalense de la Trinidad, quien tuvo el honor de rescatar a Don
Miguel de Cervantes de su presidio en Argel tras la batalla de Lepanto. Muy
cerca, pasamos por la fachada barroco-mudéjar de las monjas llamadas “Montalvas”
y, cruzando a mano izquierda, entramos bajo una puerta blasonada al interior
del patio del palacio que fue de los Cárdenas, hoy reformado y convertido
en oficinas y apartamentos.
A partir de aquí, dejando a la
derecha la iglesia del Salvador no introducimos por calles y callejas estrechas,
el barrio
de la Morería, caserío antiguo, que se aprieta entre las cuestas del
río Arevalillo y la plaza del Arrabal. Algunos nombres de sus calles como la
calle de las Tercias no hablan del famoso impuesto de “las tercias reales” que en Arévalo y su Tierra, en el siglo XVIII,
estuvo en manos del duque de Osuna, quien en esta calle tenía sus paneras.
Caminamos por la calle Larga y en ella encontramos elegantes fachadas en piedra
como la del Palacio de los Gutiérrez Altamirano, con su balcón esquinado
que nos recuerda a algunos palacios extremeños o la Casa de las Milicias Concejiles,
a cuyo patio también se nos permite pasar para contemplar la arquería de su
planta superior. Antiguos palacios que nos hablan sin duda de un pasado ilustre
como el palacio donde estuvo la famosa Fonda del Comercio. Desde lo alto de
las cuestas del río Arevalillo contemplamos los puentes sobre este río: el
puente Nuevo, el puente de los Barros, el puente de Medina, los escasos
espacios libres que la erosión ha ido rellenando y donde sin duda la población
morisca tenía sus pequeños huertos.
Es la hora del mediodía. Ya las
cocinas y los hornos de la calle Figones
nos lanzan desde su interior el agradable olor de los cochinillos que deben de
estar cogiendo su “punto”. Nuestro propósito era llegar hasta el
Castillo, para conocer la fortaleza por dentro y por fuera, pero
habíamos prometido volver a La Lugareja para conocer desde
dentro esta maravilla arquitectónica y no podíamos faltar a la cita. Tuvimos
que retroceder para volver al autocar que nos acercaría de nuevo a este insigne
monumento. Nuestros amigos segovianos quedan sorprendidos por su triple ábside,
por el soberbio cimborrio que se eleva sobre el tramo recto del ábside central,
por la luminosa bóveda en forma de cúpula, por la belleza de sus arcos y
pilares donde no existe la piedra y sólo el barro transformado en ladrillo es
dueño y señor de los elementos constructivos y decorativos, por la sobriedad y
sencillez que nos aproxima a los gustos propios del estilo románico cisterciense.
Volvimos a Arévalo y dejamos a
los Amigos del Patrimonio de Segovia cerca del lugar en que, previamente, habían
reservado para comer. Nos pareció que habían quedado encantados con la visita
realizada. Los restos de San Francisco, el palacio
de Cardenas, el antiguo Mentidero, la vista de los puentes
mudéjares, La Lugareja. Paseos por Arévalo que, siendo complemento de la
visita a “Las Edades del Hombre”, proponen una visión completamente distinta de
los recorridos habituales que suelen ofrecerse.
Ángel Ramón González
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