LA HIJA DEL VIENTO
Llegaron en un carromato
destartalado movido por dos caballejos más ruines que briosos. Hablaban, entre
ellos, una jerga compuesta por vocablos de mil dialectos, derivados del
romance, esclavón y ario, aprendidos por sus antepasados en su incesante
deambular por los caminos de la Esperanza.
Su patrimonio, visible y material, consistía, aparte de rocines y carromato, en
una vieja trompeta abollada y reluciente, un pandero resobado y unas telas
descoloridas, otrora multicolores, que colgaban del carruaje a modo de tapices.
El otro patrimonio, el que no se ve, era esa Palabra Sagrada que solo los Hijos
del Viento son capaces de disfrutar y conservar desde la cuna hasta la
muerte; esa Palabra que, siendo
inalienable, los Hijos de la Materia
retuercen y desfiguran en el uso y excusa para hacer sus guerras y revoluciones
cruentas, imponer sus leyes en las que se habla de Igualdad haciendo a unos más desiguales que a otros, esclavizar y
esclavizarse (que es lo mismo) y pronunciar discursos hueros con pretensión de
coherencia humanitaria… Pobre Palabra
ultrajada.
Componíase
la familia, clan, troupe o gangarilla por una vieja desdentada con mando en
plaza, un anciano silencioso y apergaminado al que no mataban balas, un
hombretón de pelo en pecho con olor a cuero rancio, una mujer esbelta y
bondadosa cuya hermosura comenzaba a desdibujarse y una muchachita púber de
silueta helena y mirada misteriosa. Completaba el tribal retrato un pequeño oso
de color indefinido que atendía al nombre de “Nicolás”.
Pronto
se corrió la voz por el pequeño pueblo de mi estepa castellana:¡Han llegado los húngaros! Los
chiquillos, al salir de la escuela, corríamos en alocada competición por ver
quién llegaría primero; queríamos ver al oso “Nicolás”…Aquel plantígrado se movía,
ataviado con una falda, torpe y gracioso al son monocorde del pandero…¡Baila, baila oso “Nicolás”! Y “Nicolás”
bailaba y bailaba (creo que también sonreía) complacido, o contagiado, de la
algarabía muchachil… Después venía el solo de trompeta a cargo del hombretón
con olor a cuero rancio y pelo ensortijado rebosante de brillantina; trompeta y
hombre, hombre y trompeta, en simbiosis perfecta aunábanse, a nuestros oídos
montaraces, en una sola armonía portadora de todas las melodías del mundo…Al
terminar el trompetista la vieja desdentada ejercía la quiromancia; adivinaba
los porvenires e ignoro cuántos acertó pero sé de uno con el que no se
equivocó…Le tocó el turno a la muchacha púber de perfil griego y ojos
insondables; su número era el plato fuerte de aquel Retablo de las Maravillas:
Sobre una cuerda tensa, entre dos estacas clavadas en el suelo, la Hija del Viento caminaba con paso de
Gradiva o fantasía pompeyana; desplazaba sus pequeños pies descalzos, en
actitud de andar, y mientras mantenía uno en el aire el otro se apoyaba sobre
la punta de los dedos, en ángulo recto con la cuerda, desafiando todas las
leyes de la física y en rara complicidad con la ingravidez; su cuerpo se
contorsionaba curvándose hacia atrás hasta alcanzar, su cabeza, los propios
talones al tiempo que apoyaba, sobre sus párpados cerrados, dos afilados
puñalitos… Al día siguiente otro chico y yo hicimos novillos y el maestro fue a
buscarnos, en persona, al campamento zíngaro, reintegrándonos a su labor
docente cogidos por las orejas.
Renuncio
a analizar, por imposible, la corriente de paz espiritual habida con aquella
muchachita, Hija del Viento, que se
llamaba Zylbia Eleuthería según,
ella misma, escribiera en un papel. Baste decir que el día de su partida me
escondí en el carromato, en su complicidad, con ánimo de incorporarme a la
bohemia emancipante que me permitiría romper las ataduras de la escuela y, así,
recorrer todo un mundo soñado… Mi madre, mujer firme y decidida como las de
entonces, avisada por una vecina narigona y metomentodo (de las que aún quedan)
corrió tras mi escondite ambulante colándose, en marcha, en el artefacto; me
agarró por el flequillo y con un par de soplamocos disipó, por el momento, mis
ansias trashumantes y libertarias…Visto el fracaso de poder practicar mi
albedrío de forma natural decidí, en un impulso de reacción extrema y
paradójica, estudiar latín y griego con el cura del pueblo y, así, evadirme
mentalmente de la opresión cotidiana…Me aficioné a la Iliada, la Odisea y la
Mitología y viajé, con los dioses y los héroes, a los lugares más ignotos.
Y descubrí que Eleuthería era el
nombre de una divinidad griega que personificaba la Libertad…
Desde
entonces me viene visitando, de vez en cuando, la Hija del Viento y me habla. Su voz, como el canto del Ave Sylvia que simboliza, me confía las
dificultades por conservar, en estos tiempos de letargo colectivo, su apellido
griego. Y me aconseja no odiar a nadie; pero, a la vez, me induce a despreciar
a esos que, con doble intención y falsa sonrisa, imponen a otros la Ley del Embudo disfrazada de Equidad; a esos parásitos que, con mil
trucos y artimañas, piden ayuda para subir el carro Leviatán y, una vez montados, obligan, a los mismos que los
ayudaron, a uncirse a ese carro y tirar de él; a esos que predican solidaridad
con los débiles y favorecen, descaradamente, a los más fuertes; a esos
timadores que mienten y engañan en sus campañas propagandísticas sufragadas,
precisamente, por los timados… Y con los otros; con los ciegos de espíritu, con
los dormidos de pensamiento, con los conformistas, con los que no se rebelan
ante lo injusto, con los que no se dan cuenta de que la esclavitud tiene miles
de formas… Con esos me aconseja, simplemente, lástima, compasión y
misericordia.
A
finales de mayo tuve un sueño. Soñé que soñaba hallarme en una gran plaza. Una
multitud mostraba su enfado, pacíficamente, exhibiendo pancartas contra un
Sistema fracasado, moribundo y corrupto. Un Sistema incapaz de mantener una
conducta racional. Un Sistema que antepone sus leyes arbitrarias, elaboradas
maquiavélicamente por sus propios lacayos, a la Justicia Natural del Sentido
Común. Un Sistema tiralevitas y servil con los dominadores y severo con los
dominados. Un Sistema que, en suma, no quiere reconocer el drama de su propio
fracaso y decadencia… Por entre aquella barahúnda de pancartas indignadas creí
vislumbrar una figura familiar… Me acerqué, despacio, sorteando seres y tiendas
de campaña…
Allí
estaba la Hija del Viento. Allí
estaba Zylbia Eleuthería mirándome con sus ojos
más misteriosos que nunca… En silencio me tomó de la mano y me llevó hasta un
rincón de la plaza. Una vez allí me señaló, encima de un pedestal, un volumen
escultórico. Era un oso de bronce que estaba, en pie, junto a un árbol también
de bronce. Ese oso- me dijo en un
susurro- no puede bailar…No se llama
“Nicolás”… Pero es posible que te ayude a pronunciar la Palabra; aquella Palabra que el tiempo no logró borrar de tu conciencia. Pronúnciala conmigo…
De
mis labios salió la Palabra:
ELEUTHERÍA… De los suyos la Palabra:
LIBERTAD.
José Antonio ARRIBAS
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