El olvidado arevalense Juan Sedeño


Por N. Hernández Luquero
Del Instituto de Cultura Hispánica


Los pueblos olvidan los nombres de sus eminentes figuras con gran facilidad. En nuestra tierra, el recuerdo del pasado cuenta poco. ¿Quién sabe o quién pregunta, por ejemplo, en Arévalo por Gómez Tello a pesar de nombrarse una plaza de la ciudad, en sitio céntrico, con su preclaro nombre?
El insigne Juan Sedeño, que rotula también una calle del barrio castizo y popular de San Pedro, para los arevalenses de hoy es un desconocido. Y no me refiero sólo a su personalidad literaria. El nombre, precisamente el nombre que titula la calle situada entre Santa María al Picote y Garbanza es adulterado por los vecinos de ellas que en impresos y facturas de los artesanos que habitan en ella escriben calle de Sedeños, como si se tratara de una denominación gremial de tan arraigada tradición española.

Las nominaciones gremiales son bella tradición, en efecto, de los callejeros españoles —zapateros, caldereros, trajineros, bordadores, latoneros, cabestreros...— y a tal grupo o sección de la toponimia de las calles y plazas parece que se inclinan los que dicen «Sedeños», sin considerar que a los elaboradores de las prendas de seda no convendría el precitado adjetivo, sino el nombre de «sederos». Nada de «sedeños», con minúscula, queridos paisanos.

Juan Sedeño, arevalense olvidado, tuvo en su haber glorioso de escritor y poeta, aparte su labor propia, la gesta preclara de verter al castellano «La Jerusalén libertada», de Torcuato Tasso (1587), su riguroso coetáneo. Escribió también en verso «La Celestina», bella transformación poética de la obra genial de Fernando de Rojas, el toledano.

«La Jerusalén libertada» fue traducida también, ya en nuestros días, por el Conde de Cheste, don Juan de la Pezuela y Ceballos, en monótonos endecasílabos equivalentes a mil ochocientas noventa y cuatro octavas reales, que el ingenioso cronista Luís de Oteyza, ya fallecido, se leyó, asegurando que tal esfuerzo de atención serían bien «a liquidar los sesos a la más gorda y a la más dura de las bolas del puente de Segovia de la ex corte de las Españas».

De «La Jerusalén libertada» es protagonista Godofredo de Bullón, que por inspiración angélica toma el mando del ejército libertador y ordena la marcha en este episodio relevante de las Cruzadas.

«Son ya más de seis años que de Oriente 
el cruzado a las lides ha venido 
y ha expurgado a Nicea y a la ardiente 
Antioquia con artes ha vencido. 
Después contra persiana inmensa gente 
en batalla campal la ha defendido, 
ganada ora Tortosa está salvada 
de la cruda estación la furia brava.»

Esta nota semiinformativa y semibiográfica, en lo que a lo urbano se refiere, puede ampliarse —¿y por qué no?— diciendo que para llegar a la calle de Juan Sedeño, viniendo del extremo meridional del Picote, se deja a diestra mano la plazuela de San Pedro, donde, según viejas noticias, calculo que bien fundadas, vivió la madre de San Juan de la Cruz, ¿soltera, casada, ya madre del mirífico poeta?

Juan Sedeño nació en Arévalo, según el historiador de escritores y poetas Nicolás Antonio, buceador en antiguas calendas (el sevillano erudito y bibliógrafo, autor de la «Biblioteca vetus et nova», resumen de la historia literaria desde Augusto a 1684), a mediados del XVI y además de escritor y poeta, fue hombre de armas, sirvió a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdova y vivió largos años en Italia.

A Fernández de Córdova, gobernador de Milán y capitán general de los Ejércitos que guerreaban en la nación antecitada, dedicó la traducción de la «Arcadia», de Sannazaro. También tradujo «Las lágrimas de San Pedro», de Luis Tánsilo, y es autor de la «Suma de varones ilustres», editada en Medina del Campo en el año 1551.

Juan Sedeño figura en el «Catálogo de Autoridades de la Lengua», publicado por la Real Academia Española.

No se halla en ningún documento de los que he podido tener a mi alcance la fecha de su muerte. No así la de Tasso, que vivió de 1544 a 1595.

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