El ilustre Julio Escobar



Nació en Arévalo el 19 de enero de 1901, se casó con Sagrario Faura Álvarez de Abreu y murió el 30 de julio de 1994, sin descendientes ni ascendientes, en Los Molinos, un pueblo de Madrid de unos 3.000 habitantes. Dicen de él que fue hombre ilustrado e ilustre. Nombrado por el cardenal Enrique y Tarancón cuando éste era primado de Toledo, caballero del Corpus Christi de esa ciudad, escribió algunas novelas, algunas obras cortas y muchos artículos de prensa. Bohemio para unos y raro para otros, mantuvo correspondencia con Azorín y Gregorio Marañón.
Entre los años 1926 a 1929 fue director de La Llanura en su segunda etapa, la etapa más gloriosa del histórico semanario.
Marchó a Madrid y aunque desempeñó varios oficios relacionados con el sector bancario y el de las artes gráficas, dedicó buena parte de su tiempo a las letras, con una prosa castiza y tradicional en novelas de corte social, ambientadas en el medio rural que tan bien conocía.
Los últimos coletazos de la sociedad agraria, el abandono del campo y el éxodo a las grandes ciudades, así como la pérdida del espíritu y valores que definieron toda una época y una cultura, nutrieron novelas como “Teresa y el Cuervo” (1952) “Cinco Mecanógrafas y un millonario” (1955); “La viuda y el alfarero” (1957); "Una cruz en la tierra" (1959); "El viento no envejece" (1964); "Se vende el campo" (1966); "La sombra de Caín" (1968) y "Vengadores de cenizas" (1970), donde describió con maestría tipos y costumbres del medio rural.
Quiso hacer con “Azulejos españoles, pasiones-costumbres-paisajes” (1947) y “Andar y ver: breviario de un observador” (1949) un ameno y agradable recorrido por los lugares que él había conocido hablándonos de los pueblos y aldeas de la ancestral Castilla, de sus arraigadas costumbres y de sus recias gentes. 
Pero fue su "Itinerario por las cocinas y bodegas de Castilla" (1965), con ilustraciones de Máximo y declarado de Interés Turístico por el Ministerio de Información y Turismo, el libro con el que más se le ha identificado y que llegó a alcanzar, según el mismo autor indica, diez ediciones.
A Madrigal de las Altas Torres (Ávila) dedicó "El hidalgo de Madrigal" (1951) y a su Arévalo natal, de forma explícita "El novillo del alba" (1970-71).

Mantuvo siempre una enconada defensa por las cosas de su tierra destacando, en muchos de sus artículos y escritos, una ferviente militancia a favor del patrimonio histórico de Arévalo y su Tierra: “Desde la época del alcalde Ronquillo, nos dice en uno de sus más celebrados artículos,  -salvo raras y, por lo mismo, muy respetuosas excep­ciones, que no viene a cuento citar- todos los compañeros de mando de este temible regidor, en cuanto han visto desde el bal­cón del Concejo -de tres Conce­jos- la fachada dura y plana de la casa del antecesor histórico, hanse apresurado ciegamente a destruir bellezas del castillo, arcos, igle­sias, conventos, torres y casonas”.
Costumbrista empedernido analiza sin pereza, aún a veces hasta en sus poemas, a los personajes que poblaban estas tierras:
“Hoy autos. Antaño carros, tartanas…
Bajo el Alcocer vende ajos el ajero.
No quiere pregonar su origen, pero
ajos y hombre son de Las Berlanas.”

 “Montuenga, de la tierra segoviana,
e hijo de Montuenga el piñonero
que vende sus piñones con desgana
mientras mira nostálgico el harnero.

Sus novelas recorren nuestros pueblos, nuestras calles, nuestras plazas, nos llevan hasta un tiempo pasado, el tiempo de nuestros abuelos que habitaban calles sin aceras, casas encaladas con portalones amplios y cantones de piedra en las fachadas:
El barrio entero de San Pedro iba poco a poco desmigajándose, abierto en rajas. Por sus calles abundaban los viejos, los perros y las moscas, en armónica convivencia: los viejos renegridos y rugosos, apañados en sus trajes oscuros, pardos y deslucidos… Algunas casas aún estaban ensabanadas por el jalbegue, con su puerta incrustada en característico arco castellano…
Plazas típicas de pueblo: “…desembocaron en la plaza de la Villa, como boca de lobo, absorta en su gran silencio sobre el que vertía su soniquete acuático el caño anexo…
Iglesias: “…las torres gemelas de San Martín, donde por sus trazas morunas parece va a surgir de de un momento a otro el almuédano, convocando a los árabes a la oración.”
O el CastilloEl tiempo rebañó el castillo de aquella villa castellana hasta los mismos huesos. No es hipérbole el dicho, pues en la patio de la fortaleza hubo un camposanto.”
Otras veces nos relata las fiestas y romeríasY por la tarde, la Virgen flota sobre la prosa, como un bello verso de flores y cosechas. Y los cofrades la escoltan. Y la gaitilla y el tamboril ríen. Y los cohetes esta­llan cerca de la ilusión. Y las mu­jeres se visten de mayo. Y los hombres rebosan de optimismo. Y los niños corren contentos. Y los viejos lloran recordando…
Arriba —a los pies de Roma en Castilla— la gente espera. El Lugarejo recibe a su Virgen. El la­brador —vestido de luto, ¿por qué le gustará tanto vestir de negro al labrador?— algo febril de vino y de sol, grita y baila. La Virgen queda en su ermita. Y el baile —el baile de jota primitiva, algo ruberiana— surge en la placita campera. Las tiendas prehistóri­cas —cuatro palos y arpillera— se llenan de gente. Se reúnen las fa­milias y sé buscan los novios. El arroyo, arrulla amores y promesas.”
En su última novela leemosEl Novillo del Alba era famoso en mi pueblo. Salía a la plaza pública a defenderse en sus acometidas del acoso del gentío, en esa luz suave y emotiva de un amanecer de junio. Y su recuerdo sigue vigente en aquellos predios de la llanura. Pero ahora no hay allí novillo del Alba, ni copleros dichosos, ni apenas pobretería.

Su libro “Itinerarios por las cocinas y las bodegas de Castilla” nos lleva por los caminos, las ciudades, las villas y las aldeas de estas tierras, a husmear pucheros y a dar buena cuenta de ellos en fiestas, corrobras y merendonas, en ferias, en romerías, en bodas y hasta en cabos de años, o, sencillamente, de asiento o paso en fondas, mesones, paradores, posadas y hogares amigos para catar y saborear condumios típicos y tradicionales.
En Madrigal de las Altas Torres metimos la cuchara más de una vez en la cazuela de sopas que nos preparaba en su taberna la mujer de un tal Deme, materialmente incrustada en los murallones que dan la media vuelta a la plaza del Cristo, donde se corren y capean los novillos.”
  
En una de las muchas cartas que intercambió con nuestro poeta Segundo Bragado y que este nos ha prestado, dice: “Acaso la actual generación de arevalenses me ignore, pero estoy en el recuerdo de literatos, autores y críticos… no solo españoles, sino de hispano-americanos y extranjeros.”
 Nació en Arévalo y en ese pedazo de tierra arevalense que vigilan, noche y día, los cipreses, enterró a su mujer. Y allí quiso volver cuando él muriera.
Ahora iré a buscar el descampado
de muchas cruces, donde te he dejado
para ser tierra de la tierra mía.

Al carecer de herederos fue su voluntad que sus bienes quedaran en manos de los ayuntamientos de Los Molinos, en la sierra de Madrid, Arévalo y Madrigal de las Altas Torres.
En su momento, alguno de nosotros propusimos que parte de aquel legado se utilizara para hacer una edición completa de su obra literaria.
No se nos hizo ningún caso.

Comentarios

Entradas populares de este blog

‘Ladran’ (Kläffer)