Vengadores de escándalos

Uno de los estereotipos mentales de nuestro tiempo es la convicción de que hay que entregar al público como plato fuerte y notablemente valioso toda noticia o pintura no solo de nuestra pobre debilidad humana, sino que rebaje a los hombres al más bajo rasero, ofreciendo la sensación, claro está, de que esto se hace en nombre de la más preclara virtud.
Pero, sean como sean las cosas, a lo que quería referirme es al éxito asegurado que en el hombre de hoy, al igual que en la última aldea medieval, tienen las viejísimas habladurías de solana y lavadero que puedan conducir al placer de ver caer a alguien de un podio y hacerse moralmente añicos. Y se trata, desde luego, de una especie de radical instinto democrático de rasero por igual, que no es de hoy precisamente, pero ¿qué haría la industria cultural sin estos trajines?
Hace un tiempo se dio la noticia de que un señor importante, Lars Gyllensten, que fue secretario de la Academia Sueca, y salió de allí dando un portazo, ha escrito un libro en el que de todos aquellos señores que conceden el Nobel, se nos dice que el que no cojea del bazo cojea del espinazo, que algunos de ellos quieren hacer su carrerita, y otros quieren el Premio para sí mismos.
Es decir, algo muy normal, nada del otro jueves, al fin y al cabo, solo los habituales alifafes de nuestro ego y su instalación en el mundo. Y ya Irving Wallace, en una novela y en un ensayo, contó interioridades sobre el Nobel, y algunas muy divertidas, pero todavía no estaba vigente el estilo comadreo, y mucho menos el estilo canalla que han venido después, ni tampoco éstos eran los estilos del señor Wallace.
Lo curioso es que, en un momento en que referirse a la moral o a la ética, resulta altamente risible, diríamos que estamos en un universo angelical, y esos denunciantes son los relucientes profetas de la pureza, encargados de poner a los denunciados la letra A de color escarlata, como en la terrible novela de Nathaniel Hawthorne, La letra escarlata. El hombre antiguo era desde luego mucho más expeditivo y bárbaro, cuando se tomaba esas cosas en serio, pongamos por caso la famosa corrupción administrativa. Y en el antiguo Egipto, por ejemplo, se cortaba la nariz a los empleados públicos que metían la mano en la bolsa, y había toda una tierra habitada por estos rinokoluros o gente de nariz cortada, que no se atrevía a vivir entre los demás.
Pero no estoy seguro de que, aunque hoy parezcamos menos bárbaros, no lo sea menos este diario festival vengador de corrupciones que produce el destripamiento de las vidas de muchas personas.
Y, sin embargo, parecería claro que, al margen de del cumplimiento de la Justicia, la única actitud humana y civilizada sería la de los hijos de Noé, cuando vieron a su padre embriagado y desnudo: que yendo de espaldas, cubrieron su desnudez.
Nuestra actitud de virtuosos vengadores solamente resulta despreciable o cómica.

José Jiménez Lozano

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