De nuevo ÁVILA LA CASA

Hace ya unos días se presentaba en Ávila la cuarta edición del libro de Jacinto Herrero Ávila la casa, en un auditorio lleno hasta la bandera. La noticia es sorprendente, no es frecuente que un libro de poemas alcance cuatro ediciones en vida del autor, ni que convoque a tantas personas, máxime cuando era sabido que el libro no se regalaba a los asistentes. Estábamos allí los amigos, los alumnos, los lectores del autor. Algunos entrábamos en las tres categorías y pudimos recordar a aquél profesor, a aquél maestro, nunca enseñante o mero pedagogo tipo loro, que nos acercó a la literatura y a los escritores de una manera que nunca agradeceremos bastante, a quien amplió nuestro cerrado círculo con nombre de nuevos amigos que se llamaban Garcilaso, Quevedo, Unamuno, Lorca, Miguel Hernández, Dámaso Alonso, Neruda, Alexandre, Panero. Nombres todos de un paisaje literario y vital que tuvimos la suerte de recorrer con él acompañados de Velázquez, de Piero, de Kandisky, de Benjamín. Nombres y obras que Jacinto ponía al alcance de aquellos muchachos que pronto iban a saber fuera de Ávila que todo aquello era cierto.
Paralelamente a la presentación, en una sala del palacio de los Serrano, se abría la exposición (está abierta hasta fin de mes) de dos de las tres ediciones anteriores y la cuidada edición de Ávila la casa actual acompañada de los originales del cuaderno de viaje con dibujos y acuarelas de Rafael Gómez Benito, un pintor granadino y abulense por parte de padre, que ha acometido beneméritamente la triple labor de ilustrar, impulsar y editar los poemas de Jacinto Herrero. En lo que en el libro y en la exposición se aprecia la pintura de Gómez Benito es sumamente interesante, revela un buen oficio y un conocimiento cordial y comprometido de esta ciudad que ha hecho suya. Cumple con creces con la obligación de un buen ilustrador: acompañar, sugerir lecturas de los textos, pero nunca banalizarlos, nunca utilizarlos como pretexto.
Ávila la casa (1969, 1982, 2000 y 2003) fue el tercero de los libros de Jacinto Herrero, autor de no muchos pero si muy cuidados libros de poesía. En él el poeta hace renacer en catorce sonetos el magnífico soneto que Leopoldo Panero dedicó a la ciudad de Ávila. Los versos de Panero fuerzan a Jacinto Herrero como final de cada uno de sus sonetos. El resultado es a mi modo de ver el más valioso poemario dedicado a Ávila y sus gentes. Lo abulense (palabra sumamente gastada) tiene aquí un amplio y pleno sentido en el que la cultura, la historia, el arte y la geografía, están sirviendo de armazón a unos versos trenzados con la vividura de un hombre que no es ajeno, ni al ayer, ni al hoy, ni al mañana de Ávila. El Ávila que aflora en estos versos es el Ávila de siempre, el mejor de los Ávilas posibles.
Jacinto Herrero ha publicado algunos otros libros de poemas: El Monte de la Loba (1964), Tierra de los conejos (1967), La Trampa del Cazador (1974), Solejar de las aves (1980). Noche y día (1985), La golondrina en el cabrio (1993), Analecta última (2003). Libros todos que sirven para que se pueda definir su poesía como una obra coherente, cuidada y para poder afirmar que –por encima de cenáculos y comidillas literarias subvencionadas- la suya es una poesía que trasciende los estrechos límites de la cultureta local. Una poesía que puede definirse como precisa, hermosa y justa. Precisa por decir exactamente lo que se quiere y lo que únícamente así puede ser dicho, hermosa porque bebe en las mejores fuentes del idioma y es rica en lo que dice y lo que sugiere, y honesta porque no es un escribir al dictado de los que hoy se usan, que el suyo es un escribir contracorriente, voluntariamente huérfano de tantos adjetivos y tanta ñoñería como se estila.
Sorprendentemente entre los reconocimientos que la poesía de Jacinto Herrero ha tenido no figura ninguno de los premios que por estos lares se reparten. Se me ocurren varias explicaciones para ello: simplemente que los jurados han fallado, o que han fallado los que han nombrado los jurados, o que como se dice los jurados se dedican a repartirse los premios entre ellos y sus allegados y no le veo yo a Jacinto Herrero como allegado de nadie, o que buscan premiar algún personaje de relumbrón que pueda prestigiar los premios. Lo cierto es que los premios que por aquí se dan no se han honrado nunca con el nombre del poeta ni con otro nombre muy cercano a él. Sin chovinismo de ninguna clase es incomprensible.
Jacinto Herrero y su poesía forman ya parte de la esencia de Ávila como Teresa y Juan de la Cruz, como Unamuno, como López Mezquita, como Benjamín Palencia. Su poesía nos sobrevivirá y hasta es posible que dentro de unas décadas alguien pueda pasear por una calle que lleve su nombre repitiendo sus versos: “Vivís. Nada ni nadie en mi memoria/ borrará vuestras huellas, piedras puras,/ torreones, volutas con figuras/ de monstruos o quimeras sin historia”.
José Luis Gutiérrez Robledo

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