NIEVE EN EL HAYEDO

Durante nuestra última visita a Mediavilla de los Infantes, el invierno nos jugó una mala pasada. O tal vez, vistas las consecuencias, podemos decir que una buena pasada. Tuvimos que alargar un par de días más nuestra estancia a consecuencia de las últimas nevadas, hasta el momento, de este invierno incierto; comenzó tarde y con continuos cambios y bruscas oscilaciones de temperatura; días de bonanza seguidos de desapacibles jornadas con los elementos climatológicos desatados y sin freno, han alborotado al personal. Para unos síntoma claro y evidente del cambio climático. Para otros circunstancias nada extrañas, antaño eran así los inviernos. Para unos pocos, los que no creen en cambios climáticos, o más bien, creen que son invento de la progresía intelectual, el invierno que estamos viviendo obedece a la casualidad, ciencia que según estos rige el devenir de la Humanidad.
Pese a las previsiones de nieve, no he querido dejar de pasear por el hayedo. Junto a mí discurre el río; parece triste, pero no es más que el invierno, que le hace discurrir más lento. Avanzo ligera y fácilmente sobre la blanda tierra. Noto el frío que me rodea. Piso el manto de hojas que cubre el suelo. Abajo del todo, en ese fondo del colchón de hojas, se pudren las que primero cayeron, mueren para dar vida, nutrientes que alimentarán en el futuro a las hayas que las poseyeron. Muevo con el pie un montón de ellas, próximas a unas rocas cubiertas de musgo, un escarabajo demasiado lento intenta esconderse de nuevo. Los pájaros gorjean a mi paso.
Los colores y los aromas lo inundan todo. No es el momento más bello en cuanto a colores se refiere. No tiene nada que ver con la espectacular imagen que presenta en el otoño; pero verdes, grises, marrones y algún que otro rojo, componen un cuadro que invita al recogimiento. El olor a humedad del hayedo lo impregna todo. Resulta agradable, casi se puede oler el frío. Y las hojas al pisarlas dejan escapar esos aromas de podredumbre, que aquí resultan agradables. El cielo aparece teñido de gris cuando me detengo a descansar, un gris oscuro que anuncia que pronto nevará. Los pájaros inquietos, se mueven en las ramas. Con sus cantos acompañan el caminar.
Todavía falta bastante para la primavera. El peso de la nieve hará crujir las ramas. Los árboles soportarán un peso añadido. Puede que alguna rama se quiebre, pero eso les hará ser más fuertes. La tarde está sin viento y parece que fuese templando. No se escucha ningún sonido que delate actividad humana. Tan solo los sonidos de la naturaleza. Parece que sea el único ser humano en todo el hayedo. El rumor del río parece dominar por momentos la sinfonía que a mi alrededor se produce. Cada uno de los colores, cada uno de los sonidos, cada percepción que recibo, parece que formase parte de una sinfonía previamente compuesta. Cada cosa en su sitio, completando y complementando a las otras.
Me cruzo con dos peregrinos, pues el camino atraviesa el hayedo. A pesar de su poco español y mi poco francés, pues son de la lejana Francia, conseguimos entendernos. Les digo que no les queda mucho más de media hora para llegar a Mediavilla, donde deberían pasar la noche, pues el tiempo no parece que vaya a serles muy favorable. Les doy las indicaciones para que localicen a don Servando, él les solucionará el alojamiento.
Cuando se alejan, pienso en lo que pueden haber sentido, desde hace siglos, los peregrinos que atraviesan el hayedo camino de Santiago de Compostela; debe ser muy parecido a lo que ahora mismo estoy sintiendo. El mismo curso del río, inalterado con el paso del tiempo. Tan solo el tamaño del hayedo ha variado. Entonces mucho más extenso y con más robles seguramente. Escasos hace siglos los labrantíos, hoy algo más numerosos. Pero casi virgen el paisaje a la acción del hombre. Los hombres de estas tierras no han destruido lo que la naturaleza ha tardado tantos millones de años en conformar. Puede tratarse de un pequeño milagro.
Ellos han podido vivir respetando el entorno. Sabiamente han encontrado modos de vida, que aprovechando los recursos existentes, les han permitido sobrevivir y desarrollarse. Aprovecharon las piedras para construir sus primitivas casas. Pero con la modernidad han sabido no destruir, sino construir un pueblo dotado de las modernidades conquistadas, sin alterar el medio natural. Lástima de ejemplo no secundado por tantos otros.
Desde el hayedo veo a lo lejos las columnas de humo denso que salen de las chimeneas, allá en el pueblo. La visión es magnífica. Me siento un animal silvestre que observa la obra humana.
Empiezan a caer copos, diminutos, menudos puntos blancos. Va siendo hora de regresar hasta la casa. Comienza lentamente a nevar con más intensidad. Los copos van adquiriendo un tamaño considerable. El canto de los pájaros parece que hubiera cesado de repente. Solamente permanece el rumor del río y el ruido de mis pisadas. En apenas unos pocos minutos un leve manto blanco va cubriendo las ramas más altas y en los claros, el suelo va cubriéndose de una fina capa de nieve. Aligero la marcha para llegar cuanto antes a mi refugio. Allí estarán seguramente los dos peregrinos que me he encontrado en el hayedo. Fernando y don Servando habrán preparado la cena. Puede que más tarde se nos una algún vecino más a la tertulia. El fuego vivo del hogar resultará reconfortante. Allí sentado a la lumbre podré saborear más despacio todo lo que acabo de sentir en el hayedo.

Fabio López

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