La huida ilustrada

El viento silba entre el tendido eléctrico. Algunas casas humean. Un perro ladra hacia las nubes plomizas, que no van a tardar mucho en descargar sus andorgas inflamadas sobre los barbechos y las tierras perdidas, dejadas de la mano de Dios, como un latifundio sin dueño.
Un carro triste y solitario, con las barcinas podridas, yace olvidado junto al potro de herrar. Sobre una cuerda sujeta entre dos clavos roñosos cuelgan bragas blancas, enormes, junto a un par de refajos, camisetas, calzoncillos (de cacharreta amarillenta) y pantalones de pana negra de anciano. Huele a muladar o a pocilga, pero no se ve a nadie. Hacia los pinos que trepan por cima del camino del Cerro se ha deslizado la raposa. Más abajo, en el valle, otrora jugaban los arrapiezos a los jinchos. Luchaban, lloraban, reían. Y ahora no hay niños. Dicen que las escuelas se cerraron, y rezuman oscuridad y tristeza. Deben de estar sus mapas, pupitres, armarios... cubiertos por el polvo y las telarañas.
(de serafín sanchez gonzález)

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